martes, 28 de diciembre de 2010

COMPARACIÓN ENTRE LA PRESIÓN FISCAL SUECA Y LA ESPAÑOLA

Banalizar sobre un tema trascendente no lleva a ningún lado. Recitar tres o cuatro palabras inconexas para describir estos dos últimos años largos de crisis económica es, con todo, banalizar sobre un tema trascendente. Si te muerdes la lengua cuando te piden en una actividad docente que recites tres o cuatro palabras sobre un tema trascendente, aunque entiendo que es la única forma de alcanzar la máxima participación del alumnado –y aunque te excedas ligera y premeditadamente-, se va engendrando en tus entrañas una pequeña pelota que poco a poco comienza a crecer y que por algún lado tiene que explotar. Plof. Explotó.
A pesar de que el ex presidente Aznar, entre otros neoconservadores, apunte como causa a la dantesca situación actual la excesiva regulación de los mercados de capitales; parece oportuno comenzar señalando que la ausencia de un marco legal firme y la conversión de estos en auténticos casinos es, en buena parte, causante de lo hasta aquí acaecido.
Es asombroso como, a pesar de que para rellenar el enorme agujero que  generó el sector privado fue necesario recurrir al bolsillo del contribuyente, desde determinados sectores neoliberales se aproveche la oportunidad para atacar con ensañamiento a la yugular de unos Estados ahora excesivamente endeudados. Es decir, primero privatizan –ellos- beneficios, segundo socializamos –todos- las pérdidas dejando maltrechas las arcas públicas y, tercero, y no contentos con esto, aprovechan la oportunidad –ellos de nuevo- para terminar de sangrar a quien acudió a su rescate y al que ahora se exige un tipo de interés que crece exponencialmente como contrapartida por financiar el socavón que ellos mismos generaron.
Pero la cosa no queda ahí.  No basta con exigir un mayor tipo de interés para financiar los déficits públicos –provocados, no olvidemos, por pérdidas privadas-. Una vez abierta la veda a la posibilidad de sacar tajada a través de los seguros de deuda, se ha entrado en una espiral en la que termina interesando que la economía de determinados Estados no termine de repuntar: se compra un seguro de deuda a un precio determinado con la esperanza de que al venderlo dentro de un corto periodo de tiempo, a un precio significativamente superior, se obtenga una apetitosa plusvalía –precio superior que se alcanza, evidentemente, conforme peor vaya la economía del Estado que emite la deuda asegurada-.
La solución para nuestro país pasaría, quizás, por más Europa –por ejemplo, y en la línea de la Fed, comprando el BCE la deuda soberana y soslayando de este modo la especulación con los seguros (los famosos Credit Default Swap o CDS)-. Pero para ello es necesaria una mayor coordinación fiscal. (Por otra parte, los problemas que una depreciación del euro desencadenaría esta política en países en desarrollo, podrían compensarse con la implantación de la conocida tasa Tobin, que grava con una tasa ínfima los movimientos en los mercados de capitales a nivel global –que superan en un día en varias veces al volumen de mercancías que se mueve en todo un año-)
Sin embargo, a esta idea de armonización fiscal, se oponen determinados sectores de la opinión pública no solamente con argumentos económicos sino también desde una postura nacionalista al ver en el proceso de integración europeo una pérdida de la tradición e identidad de lo español y lo castizo –argumento bastante similar, por otra parte, al utilizado desde determinadas autonomías y que es férreamente criticado por los acérrimos defensores de la primera postura expuesta-.
No queremos la presión fiscal de Suecia por ser contraria a la “cultura” española pero tampoco decimos que no al sistema de bienestar sueco. ¿O decimos que no y lo circunscribimos a quien puede sufragárselo? En Suecia, tras la llegada del partido conservador al poder, se está planeando la posibilidad de “rebajar” por debajo del 50% la presión fiscal. En España apenas llega a los treinta puntos porcentuales. En Suecia, el PIB ha crecido este año al 4.5%, y aquí va como va. La cuestión no es cómo somos -aunque es discutible que en nuestro ADN se inserte inevitablemente el no pagar impuestos-; sino cual es el modelo que funciona ¿Acaso con un sistema donde la recaudación impositiva es escueta por la baja presión fiscal y la economía sumergida desde tiempos ancestrales y más recientemente con bochornos como el de las Sicav´s, disfrutamos de una mejor calidad de vida?
El sector público español no está sobredimensionado. Está, que no es lo mismo, mal  organizado. Lo público no es malo. Lo peligroso es cuando las líneas de lo público y lo privado se confunden y se traspasan sin reparo. Aflorando prácticas corruptas a las que tan acostumbrados estamos estos últimos días.
En nuestra opinión el proceso de integración europea es un camino hacia un resultado. Y un camino en el que nos encontramos en mitad de su recorrido ante la exclusiva existencia de una unión monetaria y la ausencia de cualquier atisbo de unión fiscal. Atendiendo a que la segunda de ellas se reputa como un requisito imprescindible para llevar a cabo cualquier política monetaria mínimamente coherente, parece oportuno hacer hincapié en la necesidad de terminar dar un paso más.
No podemos caer en la ilusión de afirmar tercamente que el paso podría darse hacia atrás reviviendo la peseta y recuperando la soberanía “perdida” –lo que permitiría, ciertamente, su devaluación y la recuperación de competitividad-. En un momento en el que el centro de gravedad del planeta está cambiando a pasos de gigante parece poco oportuno querernos poner a la misma altura que estados como Brasil, China o India para competir con ellos en términos de igualdad.
Y mientras tanto, si en algún momento la crisis pudo suponer en abstracto la posibilidad que de ella saliese un Estado reforzado capaz de repartir equitativamente las cargas y los beneficios derivados de su pertenencia al mismo y una Europa más unida y coordinada, la densa niebla de los mercados sigue cubriéndolo todo mientras nadie se opone a ello y hay voces –como la del ex presidente- que lo alientan.
El Estado, en el que se integra toda la ciudadanía y cada individuo en el plano jurídico se sitúa en términos de igualdad con el de al lado y en el plano económico se debe hacer todo lo posible por reducir las distancias entre unos y otros, sigue perdiendo peso en favor del Mercado, en el que participan cuatro y manda y gana más el que más tiene en un principio, siendo la convergencia una verdadera utopía y la solidaridad un vocablo hueco de contenido.

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